viernes, 6 de febrero de 2009

JERUSALEM


Una de las etimologías que explican el nombre de la ciudad de Jerusalén traduce su nombre hebreo como “la ciudad de las dos paces”, haciendo clara referencia metafórica tanto a la “paz celestial” como a la “paz terrenal”, la primera proclamada y prometida por los profetas que vivieron o pasaron por ella, la segunda siempre anhelada por los políticos de todas las épocas que la han gobernado a lo largo de sus más de cinco mil años documentados de historia.

Santificada por las tres grandes religiones monoteístas del Mediterráneo, Jerusalén se convirtió en una ciudad rezada y deseada, codiciada por todos, objetivo, blanco y diana de peregrinos de toda índole llegados a ella en son de paz, así como de soldados y de ejércitos en son de guerra, culpables de asediar, incendiar, arruinar y devastar Jerusalén más de cuarenta veces durante su larga historia.

Ciudad santa o ciudad maldita, Jordi Savall y Montserrat Figueras –junto con músicos judíos, cristianos y musulmanes de Israel, Palestina, Grecia, Siria, Armenia, Turquia, Inglaterra, Francia, España, Italia, Bélgica y las formaciones Hespèrion XXI y La Capella Reial de Catalunya– presentan los avatares históricos de Jerusalén en un friso de textos y músicas sobre sus protagonistas: músicas judías, árabes y cristianas desde tiempos remotos hasta la actualidad donde Jerusalén se presenta como una ciudad que espera reunir algun día las dos paces de su nombre.>


EL PODER DE LA MÚSICA



Para hablar de la génesis de este proyecto tenemos que remontarnos al 2007, al momento en que recibimos el encargo de La Cité de la Musique de preparar un nuevo proyecto (para abril del 2008) en torno a un ciclo de conciertos sobre las tres principales religiones monoteístas. Tras algunos días de reflexión, enseguida presentimos que la ciudad de Jerusalén podía ofrecernos el tema ideal. Este tema permitía presentar una demostración muy intensa y hermosa de la grandeza y la locura de la historia de una ciudad con toda la problemática de un lugar que sigue señalando hoy los límites y las debilidades de nuestra civilización; sobre todo, en relación con la búsqueda de una paz justa y válida para todos y con la dificultad de llegar a un acuerdo en Oriente y Occidente acerca de los fundamentos mismos de la auténtica dimensión espiritual del hombre. La evocación de algunos momentos esenciales de la historia y la música de una antigua ciudad como Jerusalén, con sus más de 3.000 años de existencia, parecía de entrada un desafío desmesurado, casi imposible. Y es que, el espacio de una edición discográfica, por más que carezca de parangón respecto a las normas habituales, no deja de ser muy limitado para un libreto de más de 400 páginas editado en ocho lenguas y dos SACD de 78 minutos.

Junto con Montserrat Figueras y Manuel Forcano, adquirimos conciencia desde el principio de que no sólo había que evocar su recorrido único debido a sus repercusiones universales, sino, en particular, debido a que resultaba evidente que esa evocación –que constituía al mismo tiempo un ferviente homenaje– sólo sería posible si se tenían en cuenta los testimonios esenciales de cada uno de los principales pueblos, culturas y religiones que la han dotado de forma a lo largo de la historia. Una historia muy rica en acontecimientos y, desde siempre, extremadamente dramática y conflictiva. Historia o mitología, leyenda o realidad, cantos o melodías, todo en ese universo parece querer sintetizar a través
de “el poder de la música”, los elementos esenciales de la civilización humana en el espacio de una ciudad que, desde el principio, se convirtió en sagrada y mítica para las tres principales religiones monoteístas.

Para abordar este proyecto había que reunir un conjunto de músicos de diferentes tradiciones y procedentes de los principales países y culturas que han desempeñado un papel influyente en los acontecimientos antiguos y actuales. Así, además de los músicos habituales de España, Francia, Gran Bretaña, Bélgica y Grecia que forman el equipo de solistas vocales e instrumentales de Hespèrion XXI y La Capella Reial de Catalunya, invitamos a algunos intérpretes judíos y palestinos de Israel, y también de Iraq, Armenia, Turquía, Marruecos y Siria, formados y especializados en culturas musicales muy antiguas y a menudo transmitidas por tradición oral. Era necesario presentar una selección significativa de las diferentes músicas propias de los pueblos que a lo largo de la historia han vivido en la ciudad con sus sueños y tragedias, con sus esperanzas y desgracias. Esta selección no habría sido posible sin los numerosos e importantes trabajos de investigación histórica, musical y organológica llevados a cabo por grandes maestros como A. Z. Idelsohn, Amnon Shiloah, Samuel G. Armistead, Isaac Levy, Rodolphe d’Erlanger, Charles Fonton, y R. Lachmann, por lo que hace a las músicas orientales (jud
ías, árabes y otomanas), H.J.W. Tillyard, por la música bizantina, Pierre Aubry y Gordon Athol Anderson por las músicas de las cruzadas, sin olvidar la aportación esencial de todos los músicos, cantantes y colaboradores que, con su talento y experiencia, han participado de una forma determinante en la realización final de este proyecto. Pienso, en especial, en Montserrat Figueras, Manuel Forcano, Yair Dalal, Lior Elmalich, los músicos del grupo Al-Darwish, Gaguik Mouradian, Razmik Amyan, Dimitris Psonis, Driss El Maloumi, Mutlu Torun, Omar Bashir, Begoña Olavide, Pedro Estevan, Jean-Pierre Canihac y el conjunto “trompetas de Jericó”, Andrew Lawrence-King y todos los cantantes e instrumentistas de Hespèrion XXI y La Capella Reial de Catalunya. Nunca había realizado un proyecto donde la implicación personal de todos los participantes fuera tan esencial y decisiva.

La música nos permite una mirada llena de emoción y luz sobre leyendas, creencias y acontecimientos que constituyen un concentrado fabuloso de vida, cultura y espiritualidad en simbiosis con lo que ocurre en el mundo. Muy marcadas por la presencia histórica de las principales religiones monoteístas (la judía, la cristiana y la musulmana), la historia y las músicas de Jerusalén constituyen el reflejo de una vivencia única en la cual las gue
rras y los conflictos más extremados van de la mano de los hechos y los gestos más elevados y espirituales de toda la historia de la humanidad.

Para dar forma a un programa musical e histórico tan complejo había que encontrar una estructura original imaginada a partir de las propias fuentes del tema que presentamos, dividido en siete capítulos que contienen los momentos clave de su historia. Tres capítulos centrales contienen una selección de las músicas más representativas de los tres períodos principales relacionados con las tres religiones monoteístas.

La Ciudad judía está evocada desde la época de su fundación hasta la destrucción del templo con el sugerente sonido del shofar, una selección de los más hermosos salmos de David tal como se han conservado en la antiquísima tradición de los judíos del sur de Marruecos, una danza instrumental y un texto recitado en hebreo del rabino Akiva.

La Ciudad cristiana está evocada desde la llegada en 326 de la reina Elena, madre del emperador Constantino, hasta la derrota de los cruzados con la conquista de l
a ciudad por Saladino en 1187 y definitivamente por los musulmanes en 1244. La época está evocada, en primer lugar, mediante uno de los cantos más antiguos a la Cruz, atribuido al emperador León VI (886-912), seguido de la terrible llamada a la guerra santa del papa Urbano II (1095), recitada en francés. El poder de la música al servicio de la guerra queda ilustrada con tres de las más célebres y hermosas canciones de cruzada; una breve improvisación sobre la canción Pax in nomine Domini nos recuerda la derrota de 1244.

Evocamos, por último, la Ciudad árabe y otomana, que va de 1244 a 1516 por lo que hace al período árabe, mediante improvisaciones al oud, el canto de la Sura 17:1, que nos cuenta la ascensión del profeta Mahoma al cielo desde la Roca del Templo, una danza de la sama (tradición sufí) y el canto Salatu Allah. El período otomano, que va de 1516 a 1917, está representado por el makam Uzäl Sakil “Turna” del manuscrito de Kantemiroglu (siglo XVII), la recreación de la leyenda del sueño de Solimán el Magnífico (1520), recitada en turco
, y una de las más hermosas marchas guerreras otomanas del siglo XVI.

Un cuarto capítulo está dedicado a la Jerusalén “Ciudad de peregrinación”, con tres representativos cantos de peregrinación. El primero sobre textos de rabí Yehuda ben Samuel Haleví, rabino, filósofo, médico y poeta sefardí, nacido en Tudela, en el emirato de Zaragoza en 1085, apodado el Cantor de Sión; el segundo, sobre una de las cantigas de Alfonso X el Sabio (1221-1284), que explica uno de los milagros de la Virgen con una peregrina durante su viaje a la ciudad santa; y, por último, el tercero, sobre un texto del más conocido de los viajeros árabes, el explorador marroquí Ibn Battuta (Tánger 1304-1377?).

Un quinto capítulo está dedicado a Jerusalén “Tierra de asilo y exilio” con dos emotivos cantos de exilio y dos de asilo: el romance “Palestina hermoza y santa” de la Diáspora sefardí, un “lamento” palestino, un “llanto” armenio en recuerdo del genocidio de 1915 y un sobrecogedor canto askenazi sobre el genocidio perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Por último, los dos capítulos que completan el número siete se refieren a una de las etimologías que explican el nombre de la ciudad de Jerusalén, traducido del hebreo como “ciudad de las dos paces” y que hace clara referencia metafórica a la “paz celestial” y a la “paz terrenal”. La paz celestial, que nos sirve de preludio, proclamada y prometida por los profetas que vivieron o pasaron por la ciudad, es evocada mediante tres cantos antiguos correspondientes a cada una de las tres religiones monoteístas: un oráculo sibilino procedente de una fuente judía del siglo III a. C, un canto árabe de origen sufí sobre la Sura 1:2-7 y un canto sobre el Evangelio cátaro del Pseudo-Juan 5:4 conservado en el célebre manuscrito del convento del Las Huelgas (siglo XII).

La conclusión queda para la evocación de la “paz terrenal”, una paz siempre deseada por las políticas de todos los tiempos que han gobernado la ciudad durante más de cinco mil años registrados por la historia. La hemos simbolizado mediante “votos de paz” árabes, judíos, armenios (ortodoxos) y latinos (católicos), así como por una melodía transmitida por tradición oral, conservada viva hasta nuestros días en casi todas las culturas mediterráneas. Esta melodía es cantada individualmente por todos los participantes en griego, árabe (de Marruecos), hebreo, árabe (de Palestina), español, de nuevo en griego (por un conjunto vocal), ladino (canción de cuna), a tres voces (griego, hebreo y árabe), luego en versión instrumental oriental y, por último, cantada juntos en forma coral con todas las lenguas superpuestas, simbolizando así que esa unión y esa armonía no son una utopía, sino una realidad alcanzable si somos capaces de vivir y sentir plenamente el poder de la música. Como colofón a ese final optimista, vuelven de nuevo las “trompetas de Jericó”, pero esta vez para recordarnos que hay todavía demasiados muros separando el espíritu de los hombres, unos mur
os que habría derribar ante todo en nuestro corazón antes de destruirlos en el exterior por medios pacíficos.

En esos tiempos antiguos, el poder de la música estuvo siempre muy presente. De entre todas las fuentes antiguas, la Biblia constituye la principal y la más rica para el conocimiento de la música en las épocas más remotas. La música y la danza estaban muy presentes en la vida cotidiana y también en las ceremonias religiosas, sin olvidar las batallas. Justamente en una de las leyendas más antiguas se manifiesta el poder de la música, con las trompetas de Jericó. Más que la música en sí, son los sonidos –más bien, las fuertes e intensas disonancias– producidos por varios centenares de instrumentos tan potentes que acaban por derribar las murallas.

Desde el principio, nos pareció verosímil que uno de los instrumentos más antiguos existentes, el shofar o cuerno de carnero de Abraham, pudiera haber participado de modo esencial en esa batalla, junto con las antiguas trompetas orientales conocidas hoy como añafiles. Esa primera hipótesis quedó confirmada a lo largo de nuestras investigaciones por el testimonio del abate Nicolás, del monasterio benedictino de Thingeyrar en Islandia, que viajó a Tierra Santa cuatro o seis años después de la composición de la canción de cruzada Chevalier mult estes guaritz (1146). Nicolás encontró las trompetas de Jericó y los shofars al lado de la vara de Moisés (mencionada en esa canción), en la capilla de san Miguel de uno de los palacios de Constantinopla (Bucoleón). Este hecho está confirmado en el inventario de Antonio, el arzobispo de Novgorod, quien dice más precisamente que estaba guardado entre una de las trompetas de Jericó y los cuernos de carnero de Abraham (Riant, Exuviae Constantinopolitanae, Ginebra 1878). La partitura que hemos imaginado para esta fanfarria no puede definir ninguna nota, dado que cada instrumento tiene una entonación completamente diferente. Se trata, pues, de una construcción y una superposición del todo aleatorias de sonidos teniendo en cuenta el lenguaje característico de esos instrumentos primitivos, estructurados con ritmos y dinámicas básicas bastante precisas de forma individual, pero libres en su conjunto. El efecto sonoro conseguido por los catorce instrumentos y tambores debe imaginarse multiplicado por treinta o cincuenta si queremos aproximarnos al efecto producido en la realidad por las legendarias trompetas de Jericó.

Otro ejemplo del poder de la música que deseamos destacar se sitúa en el extremo opuesto de la violencia sonora. Aquí, los sonidos no desintegran la materia, sino que nos sobrecogen por la fuerza profunda de la emoción y la espiritualidad de una plegaria cantada. En Auschwitz, en 1941, antes de ser ejecutado, Shlomo Katz, uno de los judíos de origen rumano condenados, pidió permiso para cantar el Canto a los Muertos, El male rahamim. La belleza, la emoción y el modo de cantar esa plegaria a los muertos impresionaron y afectaron hasta tal punto al oficial encargado de la ejecución que éste decidió perdonarle la vida y le permitió huir del campo. La grabación que difundimos se realizó algunos años más tarde; es un documento histórico excepcional como memoria de lo vivido y como homenaje rendido en recuerdo de todas las víctimas de esos campos del horror, y también como plegaria por ellas (grabación del CD que acompaña la publicación de H. Roten, las Musiques liturgiques juives, París, 1998).

Nos damos cuenta entonces de lo acertado de la afirmación de Elías Canetti cuando nos dice: «La música es la verdadera historia viviente de la Humanidad. Confiamos en ella sin reservas ya que lo que afirma es relativo a los sentimientos, y sin ella poseeríamos solamente parcelas muertas».

Como conclusión, de las miles de etapas diferentes de esta rica historia de Jerusalén, hemos seleccionado las que nos han parecido más significativas, ilustradas con cantos, melodías y textos esenciales, un conjunto que forma un fresco multicultural que propone algo más que un simple programa de grabación o de concierto. Aquí la música se convierte en el hilo conductor esencial para alcanzar un auténtico diálogo intercultural entre hombres pertenecientes a naciones y religiones muy diferentes, pero que tienen en común el lenguaje de la música, la espiritualidad y la belleza.

JORDI SAVALL


São Paulo, 16 septiembre 2008


FICHA:

Fecha y lugar de grabación : 2007-2008 Collégiale de Cardona (Catalogne). L’église de Saint-Pierre-aux-Nonnains. L’Arsenal de Metz. L’Abbaye de Fontfroide
Fecha de publicación : 27 de Noviembre de 2008

Intérpretes: L. Elmalich, M. Shanin Khalil, R. Amyan, B. Olavide, Ll. Vilamajó, M. Mauillon, Y. Dalal, G. Mouradian, O. Bashir, A. Lawrence-King

LA CAPELLA REIAL DE CATALUNYA • AL-DARWISH
HESPÈRION XXI


Montserrat Figueras


Dirección : Jordi Savall



Escucha "El male Rahamin"

domingo, 1 de febrero de 2009

KAFKA EN PARIS


En 2008, con motivo del 60 Aniversario de la fundación de su Estado, Paris convocó como Invitado de Honor a la Feria del Libro, que se celebró entre el 14 y el 19 de Marzo, a Israel.

Respondiendo al llamamiento de la Unión de Escritores Palestinos y otras organizaciones árabes, que vieron como una afrenta que se invitase al Estado de Israel, los países árabes secundaron un boicot que estuvo acompañado, durante los días que duró el evento cultural, de amenazas de bomba y otros altercados de tipo terrorista.

"Esta politización es terrible. Desde hace 15 años el Salón del Libro invita a la literatura de un país. No invitamos a Israel, sino a la literatura israelí", sostuvo Serge Eyrolles, organizador de la feria, cuya inauguración contó con la presencia del Presidente israelí, Shimon Peres, en medio de estrictas medidas de seguridad.

El Salón del Libro francés, que anualmente atrae a 170.000 personas, es un mercado importante para el mundo árabe. A pesar de ello se negaron a acudir.

"La literatura israelí está representada desde hace 10 años con un puesto en la feria del libro de París, sin que eso molestara a nadie", dijo el organizador. El portavoz del Ministerio del Exterior israelí, Yigal Palmor, vió en el boicot la negación de la existencia del Estado judío.

Para los 39 escritores israelíes invitados, entre ellos, David Grossman, Amos Oz y A.B. Yehoshua, los países árabes y los territorios palestinos no hicieron más que perjudicarse a sí mismos.

A continuación, figura el enlace a una página potentísima que reúne cientos de horas de grabación en video de alta calidad, accesibles on-line, donde podemos asistir al transcurso íntegro de todas las conferencias y mesas de debate que se celebraron durante esos días, y en las que intervinieron las primeras figuras de las letras israelís:

MIRADAS SOBRE LA LITERATURA ISRAELÍ



Como apéndice, el magnífico artículo que por aquellos días publicó, con motivo del referido boicot a Israel, la periodista Pilar Rahola.


BOICOT ÁRABE A LA CULTURA

Lo del Salón del Libro de París es una constatación más de lo tristemente solo que está el pueblo judío

Respecto a Israel, nada resulta sorprendente. Son tantos los años de demonización, que algunos ya estamos blindados. A la mítica Eretz parece que ninguna razón le asiste, a pesar de sufrir sesenta años de acoso bélico, en forma de guerra directa, o de gota malaya terrorista.

Como tampoco es aceptable ninguna defensa, a pesar de que sus enemigos tienen como único objetivo, destruirla. Y, por mucho que haya ganado duramente el derecho internacional, ningún derecho la protege, asediada por una geopolítica cuyo accionar depende de los intereses de los países árabes. Es el Estado del mundo más vigilado y criminalizado y, sin embargo, el que más riesgo de supervivencia padece. De hecho, el único que realmente podría desaparecer si los delirios totalitarios de Irán o del terrorismo yihadista llegaran a buen puerto. Decía, pues, que nada puede sorprender, porque es difícil imaginar más inquina contra ese pequeño y torturado país.

A pesar de ello, lo que ha ocurrido en el Salón del Libro de París causa una honda desolación. Uno puede imaginar que Libia, cuyo presidente tiene cuentas pendientes con el terrorismo en Europa, impida en la ONU una condena contra el asesinato de niños en una escuela. La vergüenza de una ONU secuestrada por el voto de las dictaduras islámicas es ya una entrañable tradición. Y también es plausible imaginar que años de ocupación siria en Líbano no importen a nadie, pero cualquier movimiento defensivo de Israel sea considerado crimen de lesa humanidad. O que el adiestramiento de niños palestinos para convertirlos en bombas sea considerado un acto de resistencia. O que se considere a Israel culpable de la pobreza en Palestina y nadie se pregunte adónde van las ayudas de miles de millones de euros a los palestinos. O que se compare a los supervivientes del holocausto con sus propios verdugos. Casi todo es imaginable. Pero que los escritores árabes boicoteen a los escritores israelíes, en una feria internacional, y que el resto de escritores del mundo lo considere normal, eso, perdonen, supera mi capacidad de imaginación. Ya sé que no es la primera vez que la cultura veta a la cultura. Pero lo de París es un paso definitivo hacia el envilecimiento del mundo intelectual, una constatación más de lo tristemente solo que está el pueblo judío.

¿Dónde están los escritores libres, los intelectuales que se preocupan por crear puentes de diálogo, los defensores de la palabra? ¿En nombre de qué principio de libertad se puede justificar un boicot a la literatura israelí, parte de ella la más crítica del planeta? Por supuesto, que países como Yemen, Arabia Saudí o Irán boicoteen el Salón, resulta casi una bondad moral. Al fin y al cabo, el desprecio de estas tiranías por la inteligencia es su principal seña de identidad. Pero que escritores árabes reconocidos no quieran dialogar con Abraham B. Yehoshua, David Grossman o Amos Oz, y que los escritores europeos consideren el gesto, merecedor de aplauso, es una triste derrota del pensamiento.

De hecho, una severa derrota de la palabra ante la extorsión.

Sólo me queda pedir que, puestos a boicotear a Israel, el boicot sea más serio. Por ejemplo, que ningún árabe se ponga un stent si sus arterias están obturadas, porque es un invento israelí. Si padecen esquizofrenia, que no usen el método inventado por Israel para su detección prematura. Por supuesto, sus mujeres que tiren a la basura la Epilady, y que no tomen, para la esclerosis, la diabetes, la hepatitis vírica, algunos tipos de cáncer, etcétera, los medicamentos que Israel ha inventado desde que existe. Y para ser más consecuentes, que tiren a la basura la penicilina, la estreptomicina, la vacuna de la poliomielitis, el medicamento contra la epilepsia..., porque son inventos judíos.

Y que todos ellos, los que no quieren hablar con Amos Oz, se curen con las medicinas que han inventado en Yemen, en Irán...

PILAR RAHOLA (18 de Marzo de 2008)